Después de leer las dos notas de Blaustein me colgué a mirar el diario del 23 de septiembre y encontré una nota casi de color sobre la Tota Santillán (como todos sabemos – aunque nos hagamos los otarios – el participante patadura de Bailando por un sueño), donde el devenido ídolo popular hacía “campaña” por el centro porteño para pedir el voto de la
gente a la manera de un político tradicional. En la noticia (insisto, casi de color) hay, sin embargo, un testimonio interesante.
Gastón Trezeguet, antiguo participante de otro reality y actual productor de televisión afirma:
“Está bien que los fenómenos de la tevé generen cosas en la gente, pero que el mismo participante se lo crea es un horror” y agrega:
“ver que el participante de un programa cree que su continuidad es tan importante como para salir a la calle a buscar votos es una locura”.
Claro, cuando el inyectado se la cree y sintoniza el programa todas las noches, llama para votar pagando por su participación en la elección
democrática de un
soñador/a y su partenaire (que se prestan a la pantomima de la berretada pseudoerótica y solidaria), todo bien, pero si el que se deja inyectar, y encima le gusta, es el enfermero la cosa ya no funciona como debería: pasa a ser una
locura.¿No será que en esto de jugar al doctor perdimos un poco el objetivo de la cosa?
El eufemismo de la aguja hipodérmica no me alcanza: me gusta pensar en la tergiversación de los valores, me gusta saber ver en los medios esa mediocridad disfrazada de entretenimiento, arte o cultura.
No todos los medios y no todo el tiempo.
Pero abramos los ojos,
miremos mejor lo que vemos.Porque la aguja no es una figura retóricade la teoría de la comunicación: la aguja son aquellos que opinan qué es lo que debemos pensar o creer cuando prendemos la tele, abrimos un diario o sintonizamos la radio y
es nuestro el poder de decidir si queremos que nos inyecten sus expectativas o no.
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